Por Gerald L. Sittser.
¿Cómo superar el problema de la ansiedad?
El futuro pertenece a Dios“Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 Pedro 5:7).
La ansiedad es como una fiebre leve. Nos hostiga, arde lentamente en nuestra alma, o revolotea en los recovecos de nuestra mente como un recuerdo vago. Podemos temer ciertas realidades, como la muerte; nos preocupamos por posibilidades vagas. La ansiedad nos distrae más que lo que nos paraliza. Es como una llave de agua que gotea y que nunca nos dedicamos a reparar.
No toda ansiedad es mala. La ansiedad puede hacernos más sabios, cautos y conservadores en asuntos serios. Por ejemplo, me preocupo por mis hijos. Cada vez que Catherine se sienta al volante le digo que se abroche el cinturón de seguridad, que observe los límites de velocidad y que conduzca con prudencia. Advierto a mis hijos respecto de extraños, de los peligros y de los males del mundo. Los prevengo sobre la influencia insidiosa de la televisión, la música rock, Internet y ciertas películas. Me preocupo. Y no pido ninguna disculpa por mi ansiedad.Mis dos hijos adolescentes piensan que mi preocupación traiciona mi paranoia en cuanto al mundo y mi falta de confianza en ellos. Siempre están diciéndome que “me tranquilice”, que “enfríe el ánimo”, o que “viva la vida”. Pero siempre respondo de la misma manera. “La preocupación es parte del trabajo de un padre”. Les recuerdo que el mundo es un lugar peligroso, y precisamente la preocupación es una expresión de vigilancia paterna. No obstante, la ansiedad puede causar numerosos problemas, de los cuales tres vienen a mi mente. Primero, la ansiedad está arraigada en lo irreal.
Cuando nos preocupamos por el futuro, nos afanamos por algo que todavía no existe. Podría pasar, pero asimismo, tal vez no. ¿Y si no nos dan ese ascenso? ¿Y si me despiden? ¿Y si nunca logro casarme? ¿Y si mis hijos se meten en problemas? ¿Y si la Bolsa de Valores quiebra o nuestro matrimonio se deshace? Nos preocupamos por circunstancias imprevistas e indeseables que podríamos enfrentar. Tal preocupación es preocuparse literalmente por nada. No tenemos ni idea de lo que va a suceder en el futuro. Podemos nosotros especular e imaginarnos, pero no podemos saberlo. Yo podría perder mi trabajo el año entrante; pero asimismo, quizá me dan un premio a la excelencia por mi enseñanza. A lo mejor descubro que tengo cáncer; pero también puedo cobrar una importante herencia. La preocupación hace que la imaginación se desenfrene conforme convertimos en realidades rugientes las posibilidades remotas. Erosiona el espíritu, distrae la mente, embota nuestra creatividad y desperdicia nuestra energía. Nos impide vivir plenamente en el presente. Todavía no he perdido mi trabajo, y es improbable que lo pierda. No tengo problemas de salud todavía. ¿De qué sirve preocuparme?Segundo, la ansiedad y el afán llevan a la indecisión. Que tenemos que tomar decisiones serias es inevitable. Tenemos que decidir a qué universidad asistir –si es que vamos a asistir a una–, en qué especializarnos, a qué carrera dedicarnos después de graduarnos, y qué trabajo aceptar cuando entremos en la fuerza laboral.
Tenemos que decidir dónde vivir, con quién casarnos –si nos casamos– y qué hacer con nuestro tiempo y nuestro dinero. Es fácil atascarse en la indecisión, como el venado cegado por los faros del automóvil. Pensamos cuál de las muchas opciones que se nos presentan representa la voluntad de Dios, y nos inquietamos por que no sabemos cuál opción es la correcta. ¿Y si no hay una dirección clara? ¿Y si todas las opciones son buenas, aunque podemos escoger solo una? ¿Y si tomamos la decisión equivocada?Así que sopesamos las opciones. Suspiramos porque no parece haber manera de saber cuál es la opción mejor y precisa, y acabamos sin decidir nada.
“No te afanes por el futuro; la ansiedad apaga la obra de la gracia en ti. El futuro le pertenece a Dios. Él está a cargo de todo. Nunca lo conjetures”, decía Fracois Fénelon, a fines del siglo XVII.La indecisión no ayuda a nadie. Debemos darnos cuenta de un hecho indisputable: no podemos controlar nuestro futuro. Seguirá asomándose ante nosotros, para estar siempre fuera de nuestro alcance. Sea lo que fuere que decidamos, siempre nos sorprenderá con extraños giros y vueltas. Preocuparse por el futuro no lo cambia, ni tampoco nos ayuda a tomar buenas decisiones.
Finalmente, el afán y la ansiedad causan distracción, lo que nos impide dedicar nuestro tiempo y energía a lo que más importa: el momento presente. La ansiedad nos divide por dentro. Cuando nos preocupamos por lo que está fuera de nuestro control, dedicamos menos de nosotros mismos a lo que sí podemos controlar.Irónicamente, la ansiedad impide que ejerzamos el único poder que sí tenemos sobre el futuro: el poder de prepararnos para el mismo por la forma en que vivimos el presente.
Tomado del libro: Descubra la voluntad de Dios Por Gerald L. Sittser Editorial Vida.
Vida CristianaDiciembre 2006
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